Como jefe me siento agobiado. Nos piden que dialoguemos, pero es muy incómodo cuando hay desacuerdos o no tengo la solución, no sé cómo manejarlo.
Razones usuales que comentan los jefes para evitar las conversaciones difíciles:
- “es perder el tiempo, no me aporta ni avanzamos”, se habla mucho pero cada uno queda igual.
- “me expongo a agresiones”, se confunde discutir con mostrar quien está equivocado (o tiene la culpa) y quién tiene la razón (obvio, yo), lleva a descalificaciones personales no a comentar ideas.
- “¿qué hago con tantas expectativas?”, sobre participación, tiende a esperarse que dar mi opinión es para que se haga lo que yo digo; así, se reduce a una lista de demandas se espera que el líder responda.
¿Y si evito la conversación? la presión se va acumulando y en algún momento estalla.
Para hacer del diálogo algo que me sirva como líder, es clave un cambio de enfoque:
- La participación y escuchar al otro no me obliga a darle la razón. Se trata de escuchar para entender mejor, los temas de fondo en la diferencia, que es lo posible de abordar a que ritmo, y que le toca a cada parte.
- Aprender a leer y regular la expectativa de lo que es posible y que no; en el rol de líder no todo son los deberes, también hay derechos, es decir puedo (y debo) poner límites: hay cosas que se pueden y cosas que no se pueden, conversar para generar criterios y reglas de juego comunes (esa claridad, aunque no guste, da tranquilidad y la gente lo agradece).
- Anticipar cómo intervenir para el efecto que se quiere provocar. La mejor improvisación es la que se prepara, pensar antes como:
- Generar contextos para que el diálogo avance, una predisposición positiva y un ambiente seguro para discrepar; ayuda acordar reglas de juego (Ej: escucha, respeto, turnos, hablar corto, evitar juicios).
- Encuadrar la reunión al abrir, poniendo el foco y regulando la expectativa.
- Cerrar agradeciendo la participación, el valor de la conversa y lo que siga como próximo paso.
Scotto, C.S. (09 de Marzo de 2020). Diario La Segunda, Chile