Tengo muchos años como líder de equipos, antes era más simple, la gente discutía menos.
La disidencia es incómoda, la tentación es anularla. Pero sin ella la creatividad se anula, los equipos se estancan y las organizaciones se van anquilosando.
En buena medida la inteligencia colectiva implica “aprender por contraposición” (Grojean y Lacoste, 1999), es decir de que en el proceso de qué alguien manifieste su desacuerdo con la situación actual, se produce una tensión creativa, que desafía al status quo.
En otras palabras, no sólo es inevitable que estemos en desacuerdo entre nosotros, sino que, además, es positivo.
Es un fenómeno que ocurre también dentro de nosotros mismos: cada cierto tiempo necesitamos reinventarnos, nos aburrimos del trabajo que hacemos, de la dinámica repetida en la pareja o la familia, en fin. De tanto en tanto necesitamos “chasconearnos” y mirar con otros ojos.
El punto de fondo es que el problema no es tener diferencias, sino la forma en que las manejamos, para ir cambiando la manera en que vivimos de una forma que sea satisfactoria con el ser humano en el que vamos deviniendo. Vale decir también, en la sociedad en la que vamos deviniendo. La discrepancia es inherente al ser social como diría Keneth Gerguen. Lo que conlleva a que intentar de mantener un sistema por sí solo durante mucho tiempo, aunque esté sostenido en los más nobles principios, termina siendo autoritario.
Así como las empresas van descubriendo de una u otra manera que, aunque los principios que la mueven sean profundamente nobles, cada cierto tiempo sus mecanismos de gestión y sus formas de liderar deben transformarse para dar cabida a las opiniones diferentes de las nuevas generaciones. De lo contrario caerán prisioneros de perder talentos claves y delimitar su propio crecimiento en relación con una sociedad cada vez más cambiarte y diversa y que a su vez es dueña de mayores canales de comunicación interacción.
Carmen Scotto. (29 de noviembre de 2021). Diario La Segunda, Chile