Tenemos un problema entre dos personas del equipo, se echan en cara temas sobre la forma de trabajo de cada una, aunque el jefe ha puesto unas reglas y las ha reunido para que resuelvan los temas, ninguna de las dos quiere dar su brazo a torcer.
¿Le ha pasado? ¿Lo reconoce en algunas escenas a su alrededor? A veces sucede que cuando tenemos diferencias de opinión con otros, se vuelve cuesta arriba escuchar. En parte porque sentimos que hay algo valioso que cuidar, en parte porque nos importa ser vistos y reconocida nuestra opinión, mal entendemos el desacuerdo con ser negados. Y en buena parte porque confundimos escuchar con “tener que darle la razón al otro”.
Puesto que la conversación es un baile y “el tango se baila de a dos”, si a la contraparte le pasan cosas similares, se vuelve una espiral de sordera y desencuentro.
La neurociencia nos ha mostrado cómo cuando las personas nos conectamos con la percepción de ser atacados o amenazados, se activa lo que los científicos llaman “la red neuronal por defecto”, un sistema de alerta asociado a la sobrevivencia, que nos predispone a defendernos o a huir. La misma reacción ocurre si el peligro es real o no: lo que la dispara es mi “interpretación” de amenaza
Claramente, en esta predisposición es muy difícil escuchar, y tal como en los tiempos de las cavernas, termina cada parte defendiendo sus argumentos como si la vida se fuera en ello.
Este sistema de alarma biológica está regulado a su vez por la corteza prefrontal: un sistema más evolucionado que “filtra” a partir de la interpretación consciente que hacemos de la situación.
Para el tema que nos ocupa, una clave es entender que escuchar lo que el otro tiene que decir, no implica es para darle la razón en todo, sino para entender lo que lo mueve, lo que vive distinto a lo que veo, la data que desconozco. Y quizás desde allí, encontrar puntos de coincidencia y complemento que nos integren.
Carmen Scotto. (05 de septiembre de 2022). Diario La Segunda, Chile